…primera audición, las vastas dimensiones de esta obra podrían sorprendernos, pero este gusto por lo sublime no era marginal: Haendel ya nos había encantado años antes con una Chacona en Sol Mayor con nada menos que 62 variaciones, y el entrenamiento de muchos organistas alemanes les llevaba a improvisar durante horas sobre el mismo coral.

Pero en Bach, todo se somete a una lógica implacable, estas variaciones están maravillosamente organizadas. Partimos de un aria que dura 32 compases, siguen 30 variaciones –cada una de ellas también de 32 compases–, y regresamos al aria da capo. En total tenemos 32 piezas de 32 compases cada una. Este es sólo el comienzo para descubrir que nos encontramos ante todo un cosmos equilibrado: las 30 variaciones pueden dividirse en dos grupos de 15, comenzando la segunda parte con una Obertura a la francesa (¿una Obertura en plena mitad de la pieza?, ¿qué nos ha hecho olvidar que llevábamos medio camino andado?, ¿será la variación 15 un inesperado río del olvido?). Al mismo tiempo, este grupo de 30 se puede dividir en 10 grupos de 3 variaciones, terminando cada uno de estos grupos por un canon (a excepción del último grupo). El intervalo que separa la voz canónica se corresponde con el orden de cada canon: en el primer canon, la voz canónica entra al unísono; en el segundo canon, la voz canónica entra a un intervalo de segunda; en el tercero, a una distancia de tercera, etc. Pero este orden se rompe en el último momento: allí donde deberíamos encontrar un canon a la décima (décimo grupo de tres variaciones) nos encontramos en su lugar un Quodlibet. ¿Qué ha hecho a Bach tomar la decisión de abandonar la estructura que desde el comienzo se había impuesto? ¿Acaso se trata de un motivo religioso (como Bach insistía: Soli Deo Gloria)?

Cuando Forkel escribe sobre los orígenes de la familia Bach, nos cuenta cómo la familia se divertía cantando Quodlibets, improvisaciones polifónicas en las que se entrelazan distintas canciones populares. La variacion 30 podría entonces ser la clave para descifrar el profundo mensaje de las Variaciones Goldberg.

Comenzando por un aria y adentrándonos en un mágico laberinto de variaciones, es fácil sentir que comenzamos un viaje. Un peregrinaje que nos ayudará –según el título original– a refrescar nuestro espíritu. Esta idea de viaje bien podría aplicarse al transcurso de la vida. Prefiriendo un Quodlibet a un canon a la décima, Bach nos confiesa sus prioridades: al final de un viaje, al final de la vida, él no se espera una perfección fría, sino la ternura y el calor de su hogar y de sus seres queridos. En el caso particular de Bach, este Quodlibet no estaría  entonado únicamente por su mujer, sus padres, tíos, hermanos y hermanas: los numerosos hijos que perdió durante su vida también se unirían al emotivo canto. Quizás sea este el mensaje más profundo y trascendental que jamás un compositor haya confiado a un instrumento de tecla. Y ya, en plena tranquilidad, vuelve el aria trayéndonos la paz y el reconfortante triunfo del regreso después de una larga aventura.

Tal vez así pudo el conde Keyserling olvidar angustias y preocupaciones gracias a esta prodigiosa medicina, repitiendo una y otra vez a su clavecinista: “Toca, querido Goldberg, alguna de mis variaciones”.

Diego Ares